La figura del padre está terriblemente disminuída en la sociedad de hoy. Esto hace que haya mucha rebeldía para reconocer en Dios Padre un Dios amoroso y tierno. En nuestros días es más desconocido que lo que ha sido el Espíritu Santo, llamado con justicia "el Gran Desconocido", pero es algo que se está revirtiendo gracias a los movimientos de renovación carismática y otros. Ahora hay que considerar nuestra filiación divina meditando en la persona del Padre. Propongo rezar así:
Padre Eterno, Padre nuestro, Abba, Papito:
Que tu majestad infinita sólo me atemorice para dejar de ofenderte. Que me de cuenta siempre que único motivo tuyo para actuar es el amor. Eres Amor cuando tu voluntad coincide con la mía; también cuando no sucede así y sufro.
Acógeme en tus brazos, acércame a tus mejillas, inclina tu oído a mí y mírame con misericordia.
Que toda mi vida se oriente en darte gusto, que confíe ciegamente en Ti, porque eres mi Padre.